Una primera gran mujer literata,sección de Inés 4 de octubre de 2010

Durante los últimos años del Medievo, entrando ya en el Renacimiento, hubo un grupo de mujeres pensadoras que formularon una ideología propia que buscaba una lógica distinta a la imperante masculina sobre el sexo femenino. Es lo que se ha dado en llamar la “Querella de las Mujeres”, primer movimiento reivindicativo, más ideológico que práctico, en demanda del reconocimiento del papel de la mujer en el mundo medieval. De estas pensadoras, las más reconocidas en nuestra Península fueron Isabel de Villena y Teresa de Cartagena. A esta última vamos a referirnos. Teresa de Cartagena fue una de las primeras voces que asumen el reto de defender la posibilidad y aún el derecho de escribir de las mujeres. Así podemos ver en su obra Admiración Operum Dey o Admiración de la obras de Dios. La difusión pública de la Arboleda de los enfermos (anterior obra de Teresa,  que dedicó a una “virtuosa señora” que era doña Juana de Mendoza, esposa de Gómez Manrique, corregidor de Toledo), provocó un vendaval de críticas en el mundo culto masculino. Como era de esperar, los eruditos medievales que recibieron y criticaron la obra de Teresa de Cartagena, no la aceptarían debido principalmente a su doble incapacidad: estar sorda y ser mujer.

La autora comienza entonces a contrarrestar esos argumentos apartándose, en primer lugar, de la creencia común que establecía lazos de unión entre los incapacitados y los demonios, afirmando una vez más que ella puede “escuchar” a Dios, pues, de hecho, todo disminuido físico, por su propia debilidad, “era más querido y estaba más cercano a Dios”. Y así como su primer escrito había surgido a manera de “autoconsolación”, el segundo nacería como una clara “autodefensa”, haciendo énfasis en la reivindicación de la capacidad femenina para la erudición. En esta, su segunda obra, “Admiraçión Operum Dey” o Admiración de las obras de Dios”, utiliza varios argumentos contra sus detractores, de entre los cuales destacamos:
1.      Si Dios concedió el don de la escritura a los hombres, también se lo ha concedido a las mujeres.
2.      El que las mujeres no hayan escrito tradicionalmente no significa que la escritura femenina sea menos natural.
3.      Por último, afirma que discutir la autoridad de Dios a la hora de distribuir sus bienes es una ofensa contra Él.

Es decir, partiendo del hecho de que la escritura es propia de la condición natural de la mujer, la autora se reconoce, como todos los escritores de su época, inspirada por Dios, y, firme en las cualidades de su talento, se asombra de que los hombres se maravillen de que una mujer pueda escribir tratados:

... los prudentes varones se maravillan ... no ser usado en el estado fimíneo este acto de conponer libros e tractados, ca todas las cosas nuevas o non acostumbradas siempre causan admiración; … Que debda tan escusada es dubdar que la muger entienda algund bien e sepa hazer tractados ...



Haciéndose eco de los estereotipos sociales de su época, argumentaba que tanto al hombre como a la mujer, le fueron destinadas tareas propias: “
al hombre, guardar las cosas de afuera e saberse ganar los bienes de fortuna, como el regir e gobernar e defender sus patrias, y a la mujer, con su yndustria e trabajo e obras domésticas e delicadas, dar fuerça e vigor, e sin duda no pequeño sobsidio a los varones.”

En este sentido, su obra “Admiración de las obras de Dios”, coincidiría con los argumentos planteados por la doctrina cristiana en fiel seguimiento a la Biblia de que la mujer es inferior al hombre y le debe obediencia y sumisión, pero es aquí precisamente, donde encontramos la originalidad de la propuesta por parte de la religiosa: si Dios hizo a un sexo más fuerte que al otro, no fue para favorecer a una de las partes, e incluso
“…se podría aquí argüir quál es de mayor vigor, el ayudado o el ayudador: ya vedes lo que a esto responde la razón”.


Teresa de Cartagena plantea, en definitiva, de manera abierta, la igualdad entre hombre y mujer, y la posibilidad, incluso, de que ésta supere a su compañero, y haciendo uso de una gran habilidad dialéctica, señala que su intención no es
ofender el estado superior e honorable de los prudentes varones, ni tampoco favorecer al fimíneo más solamente loar la o[m]nipotencia e sabiduría e magnificencia de Dios.”

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