Los principios de la historia

«Uno de los puntos importantes en una obra es el comienzo, no importa que esta sea un relato o una novela larga. ¡Hay que atrapar al lector! , por ello la historia no debe de empezar con una larga y detallada descripción del personaje principal, quién y cómo es, ni siquiera del mundo que le rodea o de lo que hace todos los días.
La historia comienza cuando algo le sucede al protagonista. Cuando su rutina de todos los días cambia, cuando sus costumbres se rompen, cuando algo pequeño o grande sucede o cuando algo extraordinario se manifiesta. Es decir, con un punto de tensión que altera lo habitual, y este es uno de los puntos claves de toda buena historia.
Y, si eso es cierto en todos los casos, se convierte en un requisito indispensable el que se cumpla en los relatos cortos o largos.
Los relatos requieren una extrema eficiencia y concreción. Cuantos más cortos, más eficientes y concretos han de ser, pues apenas hay sitio para nada banal o superfluo. Los primeros párrafos deben incluir bastantes cosas para lograr asentar los primeros cimientos de forma estable. Hay que lograr introducir el carácter de la historia, el tono emocional desde el primer momento. Hay que presentar un coherente punto de vista a través del cual la historia será percibida.
Hay que proveer un marco en el que él protagonista se mueva. Si la historia tiene alguna idea especial, extraordinaria, no se debería dejar al lector hasta el final sin conocerla, si es posible debe mostrarla desde el principio. Algunos piensan que dejándola como sorpresa final se consigue el impacto necesario para cautivar al lector sin darse cuenta de que el escritor construye la historia desde la primera palabra y de que unos buenos cimientos aseguran un buen edificio. Dejarlo todo para el final es una de las peores estrategias a las que el escritor puede encomendarse» (Ricardo de la Casa).

Cómo escribo
«Escribo, a mano, y hago muchas, muchas correcciones. Diría que tacho más de lo que escribo. Tengo que buscar cada palabra cuando hablo, y experimento la misma dificultad cuando escribo. Después hago una cantidad de adiciones, interpolaciones, con una caligrafía diminuta.
Me gustaría trabajar todos los días. Pero, ha la mañana invento todo tipo de excusas para no trabajar: tengo que salir, hacer alguna compra, comprar los periódicos. Por lo general, me las arreglo para desperdiciar la mañana así que termino escribiendo de tarde.

        Soy un escritor diurno, pero como desperdicio la mañana, me he convertido en un escritor vespertino. Podría escribir de noche, pero como desperdicio la mañana, me he convertido en un escritor vespertino. Podría escribir de noche, pero cuando lo hago no duermo. Así que trato de evitarlo.
        Siempre tengo una cantidad de proyectos. Tengo una lista de alrededor de veinte libros que me gustarían escribir, pero después llega el momento de decidir que voy a escribir ese libro.

        Cuando escribo un libro que es pura invención, siento un anhelo de escribir de un modo que trate directamente la vida cotidiana, mis actividades e ideas. En ese momento, el libro que me gustaría escribir no es el que estoy escribiendo. Por otra parte, cuando estoy escribiendo algo muy autobiográfico, ligado a las particularidades de la vida cotidiana, mi deseo va en dirección opuesta. El libro se convierte en uno de invención, sin relación aparente conmigo mismo y, tal vez por esa misma razón, más sincero» (Italo Calvino). 

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