El haiku tiene la propiedad un tanto quimérica de permitir que cualquiera imagine poder producir uno fácilmente. Se dice: qué más accesible a la escritura espontánea que esto (de Buson): Anochece, es otoño, pienso solamente en mis padres. El haiku es envidiable: cuántos lectores occidentales no han soñado pasearse' por la vida, libreta en mano, anotando aquí y allá "impresiones" cuya brevedad garantizaría la perfección y cuya simplicidad atestiguaría por la profundidad (en virtud de un doble mito, clásico en tanto hace de la concisión una prueba de arte, romántico en tanto atribuye un prerrogativa de verdad a la improvisación). Enteramente inteligible, el haiku no quiere decir nada, y es debido a esta doble condición que parece estar ofrecido al sentido de una manera particularmente disponible, servicial, al modo de un gentil anfitrión que permitiera a alguno instalarse libremente en su casa, con sus hábitos, sus valores, sus símbolos: la "ausencia"...